Lo interesante de esta noticia fue que recordé haber leído que un ecologista hablaba de lo mismo, resaltando el hecho de que vivimos en un mundo realmente pequeño. Lo que uno hace en un extremo, todo el mundo se afecta, independientemente el lugar en el que nos encontremos. Equiparaba al mundo con un elevador que sube hacia el piso más alto de un rascacielos llevando 14 personas. Tal vez podrían ser menos o un poco más, no importa. El elevador es cerrado, con aire acondicionado, cómodo.
En un determinado momento hay un corte de energía en el edificio y se accionan los mecanismos de seguridad del elevador. Queda suspendido a 60 metros de altura, en medio de dos pisos y es imposible abrirlo desde el interior. Los ocupantes del elevador están encerrados y tienen que esperar a que alguien los llegue a socorrer o que la energía retorne.
El problema se origina en que dos de los viajeros tienen problemas estomacales. Uno de ellos suelta un gas y los demás lo resiente y comienzan a quejarse y dirigir palabras insultantes en contra del infeliz personaje que soltó su gas.
El compañero, un inteligente economista ambiental, contiendo lo más que puede su estómago, y sabiendo que es casi imposible hacer tal proeza de contención, se le ocurre establecer la fórmula mágica del comercio de gas por el costo de oportunidad de no soltar gases en el elevador. Entonces propone que por cada gas que suelte le dará cierta cantidad a cada uno de los que llenan el elevador, con excepción de aquellos que también se unan al concierto de gases.
Con este panorama, el ecologista no llegó a ningún final feliz. Solo dejó la inquietud, “¿Usted, qué haría, si estuviera en el elevador con esos dos personajes?”