
Entonces, ¿donde queda el libre albedrío?. Decimos que lo que define al hombre es que tiene libre albedrío; él decide qué hacer, cómo hacer, cuando ... Sin embargo, sabemos que no es así.
Sociológicamente nos dicen que la propaganda, la presión del grupo nos hace comportarnos y tomar decisiones que no cuestionamos y tomamos como nuestras. No existe el libre albedrío.
Alberto Sordi, en una comedia, se transforma en un obispo que se encuentra atrapado por tres días en un ascensor de un edificio cuyos inquilinos no se encuentran debido a una temporada de vacaciones. Casualmente comparte esa desgracia con una guapa mujer. Dentro de todo lo que les sucede tienen relaciones sexuales. Sin embargo, al rescatarlos, la mujer se enorgullece de haber tenido relaciones sexuales con el obispo, a lo que el obispo le dice categóricamente que no pasó nada. Y se lanza a un discurso sobre el libre albedrío. Solamente cuando tenemos oportunidad de negarnos a nosotros mismos, a nuestros egoismos, puede hablarse de libre albedrío. Y aunque cómicamente lo dijo Sordi, lo cierto es una buena explicación del libre albedrío, puesto que no le quedó más que hacer lo que su naturaleza le pedía y no hubo oportunidad de hacer lo contrario. No se trata de escoger entre el bien y el mal, sino que solamente hacemos uso del libre albedrío cuando nuestras decisiones que se tornan en acciones se salen del marco del inconsciente, que es quien nos domina.