martes, 1 de junio de 2010

El traguito


La tormenta Agatha arrasó con muchas planicies. Desde Guatemala, recorriendo una esquina del rectángulo hondureño, el Río Lempa se creció con los afluentes de muchos riachuelos que recogieron el agua de la tormenta.

En Atiocoyo inundó muchos cultivos. Ahogó muchas vacas y terneros. Pero la gente fue advertida por los organismos de socorro y, con la experiencia de tormentas y huracanes pasados, tomaron las precauciones respectivas. No hubo desgracias que lamentar en la zona, en pérdidas humanas.

Pero a don Fabio la tormenta lo agarró desprevenido. La crecida del río fue demasiado rápida para su paso de anciano campesino. Se subió a un Tihuilote frondoso que había en su campo y se quedó durante lo que fue un día sábado interminable. La noche llegó, pero no podía bajar del árbol. El Lempa pasaba con fuerza bajo sus pies. Vio muchas vacas ahogadas que pasaron raudas hacia abajo. También vio refrigeradoras, cocinas y muchas botellas de plástico de todas las marcas de bebidas gaseosas.

En la mañana del domingo oyó un helicóptero que merodeaba en la zona. "Me buscan", pensó. Y con su machete que nunca dejaba, empezó a cortar las ramas que lo protegieron de la lluvia. El río todavía seguía crecido.

Luego de minutos que le parecieron horas, o de horas que le parecieron días, el helicóptero lo encontró. Efectivamente, lo buscaban porque sus hijos sabían que por algún lugar se había protegido. Era un viejo zorro. Ellos lo sabían.

Bajaron a un rescatista, que lo subió al helicóptero y lo bajó en la cancha de Atiocoyo, en donde se había instalado los médicos que había enviado el gobierno. Se le acercaron muchos paramédicos, no supo cuantos eran. Uno lo agarró de los pies, el otro de los hombros y otros le proporcionaron una manta para darle calor. Lo acostaron en una litera, bajo una carpa protegida y se le acercaron con botellas y jeringas.

- "¿Qué me están haciendo?" suplicó más que preguntó don Fabio.

- "Le vamos a poner suero, porque se ha deshidratado" - le contestaron.

-"No"- replicó el anciano. "Mejor me dan un traguito. No he probado nada desde el día de ayer", gimió desesperado.

La risa de los médicos, paramédicos y enfermeras fue general e instantánea. Pero no fueron caritativos. Le colocaron el suero en sus venas y, terminada la dosis, lo enviaron a su casa. Lando lo llevó en su carro. Antes, pasaron a la cantina, por el trago.

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