miércoles, 1 de junio de 2016

El retorno - Un cuento en la noche

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu´es el morir.
Allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir.
    Jorge Manrique (1440 - 1479)

Hace poco moría mi amigo Andrés. Nunca le supe su apellido, hasta su muerte fue una incógnita. Nunca lo quize saber, ni le pregunté. Vivía solo, en un cuartucho arriba de una casa de una sobrina que poco se interesabe en él. Así lo parecía. No fue hasta su muerte que me enteré que su sobrina lo cuidaba por encargo de su madre muerte hacía unos veinte años antes. 

Días antes de su muerte lo encontré en una calle del centro de San Salvador. Lo invité a un cafetín, al viejo café de la 4a. Avenida, en donde se reunían los intelectuales de hace varias décadas. Hoy, el centro no es el centro de aquel entonces. Pero el café lo sirven igual que antes, sabroso. Se veía cansado, de tanto vivir, me decía siempre que le hacía la observación. En esa ocasión me contó que se sentía muy solitario, a pesar de los amigos que aún tenía y a los que solía verlos, como a mi, en esa ocasión. A su vez, también se sentía esperanzado. Le faltaba poco para el retorno, me decía. Muy poco. Anticipaba su muerte.

Es que, según me contó, hacía unos veinte años se enamoró de la que fue su amante por ratos, entre los momentos que llegaba a descansar en casa de su hermana y ella, Fátima, llegaba a visitarlo y acompañarlo en las pocas noches que se reponía del cansancio, de alguna que otra enfermedad que el hambre en la montaña le regalaba. Su hermana era la cómplice, era amiga de infancia de Fátima y cómplice de Andrés en ideas y actividades, cada uno dentro de lo que podía hacerse. 

Había encontrado su alma gemela. Pensaban en salir del país, una vez terminada la guerra, pues pensaban que no podían seguir lo que se venía. Nunca me dijo qué es lo que ellos vieron en esos momentos. Pero la violencia los persiguió. Andrés bajó de la montañan cuando todos bajaron. Fátima se perdió una noche cuando la buscaron soldados. La encontraron la mañana siguiente. Andrés lo supo un mes después. No volvió a casa de su hermana, hasta los famosos acuerdos. Y así pasó el tiempo. Volveré a verla, me dijo. Pero no en el cielo, sino acá. Naceremos nuevamente y nos volveremos a juntar, me dijo.

Cuando su sobrina lo encontró muerto, tenía una sonrisa en su rostro.

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