Ver al planeta Tierra desde el espacio exterior puede darnos una mejor perspectiva que la que podemos tener en nuestra casa, en nuestro trabajo, en el pueblo que habitamos o en el país en el que hemos vivido toda nuestra existencia. Porque lo veremos todo sin las fronteras que hemos hecho a través de una historia plagada de violencia. Entonces podremos tener una visión más objetiva que la que nos hacen ver los medios de comunicación.
Y comenzamos a ver lo que tenemos en nuestro pequeño país, en términos de espíritu social, preocupados en una elección que no elige más que retrasos, división y que nos remite a un ciclo a lo Sísifo, sin que nada se concluya y que todo vuelva a comenzar. Por un lado tenemos a los que se han aprovechado, desde el fin de la colonia, del robo, de la violencia establecida y organizada por el estado, para hacerse de todos los medios de producción. Y por otro, tenemos a un sector que, hoy por hoy, ha perdido el rumbo y quiere ser parte del mismo sistema que los ha mantenido apartados y marginados. En medio de estos, el sector que sirve de resorte para cualquier brote de cambio que pueda ocurrir.
Y tenemos unas caravanas que, vistas a quien le sirven, se las adjudican a una izquierda que ni siquiera se había percatado de la jugada que le hicieron. Trump salió con su ganancia, al utilizar a esas personas para justificar sus políticas de militarización fronteriza, jugando con el miedo al otro que tienen hoy las masas empobrecidas de un Estados Unidos que viene en decadencia. La izquierda muestra así su incapacidad de amalgamar todas las aspiraciones de la gente que se encuentra desesperada por el hambre y la inseguridad. Todo por no querer caer en que se les tilde de violentos. Hay mayor violencia en estas caravanas y en el hambre que las mueve que la lucha por el derecho al trabajo, al techo y a la paz y convivencia.
Y comenzamos a ver lo que tenemos en nuestro pequeño país, en términos de espíritu social, preocupados en una elección que no elige más que retrasos, división y que nos remite a un ciclo a lo Sísifo, sin que nada se concluya y que todo vuelva a comenzar. Por un lado tenemos a los que se han aprovechado, desde el fin de la colonia, del robo, de la violencia establecida y organizada por el estado, para hacerse de todos los medios de producción. Y por otro, tenemos a un sector que, hoy por hoy, ha perdido el rumbo y quiere ser parte del mismo sistema que los ha mantenido apartados y marginados. En medio de estos, el sector que sirve de resorte para cualquier brote de cambio que pueda ocurrir.
Y tenemos unas caravanas que, vistas a quien le sirven, se las adjudican a una izquierda que ni siquiera se había percatado de la jugada que le hicieron. Trump salió con su ganancia, al utilizar a esas personas para justificar sus políticas de militarización fronteriza, jugando con el miedo al otro que tienen hoy las masas empobrecidas de un Estados Unidos que viene en decadencia. La izquierda muestra así su incapacidad de amalgamar todas las aspiraciones de la gente que se encuentra desesperada por el hambre y la inseguridad. Todo por no querer caer en que se les tilde de violentos. Hay mayor violencia en estas caravanas y en el hambre que las mueve que la lucha por el derecho al trabajo, al techo y a la paz y convivencia.