Me preocupa cuando tengo que enfrentarme a burócratas. Una vez pasada la experiencia recuerdo siempre el ejemplo que menciona Erich Fromm sobre el sadismo y sobre la necrofilia. No pudo tomarlo más que dentro de ese género muy especial de los burócratas. Son parte de un sistema que se niega a morir y que lo llevan también muchas sociedades, del tipo o color que sean. Y, como dice el sabio, si llegaran al poder, se convierten en una amenaza en contra sus congéneres.
Perdí mi documento único de identidad (DUI), aunque tengo otros varios documentos: licencia para manejar vehículo, carnet del Seguro Social, Número de Identidad Tributaria, pasporte y, por si acaso, la Magnífica, a pesar que muchos han perdido la fe en ese pedacito de papel. Yo ya casi. Sin el documento único de identidad no puedo hacer ningún trámite bancario, que, en este caso, necesitaba hacerlo porque con el documento único de identidad perdí también la tarjeta de débito, necesaria para que pueda cobrar mi salario.
Con el tiempo apremiando (no había cobrado por más de un mes y necesitaba para la comida y otros gastos), fui a la empresa que emite el documento único de identidad. Tras una cola de hora y media pasé a la estación de toma de datos. Una pregunta de la digitadora me llamó la atención. La identificación de mi padre constaba de dos nombres y dos apellidos y, en la fotocopia digitalizada de mi partida de nacimiento tenía solo un nombre y dos apellidos de mi padre. Me pasaron con el delegado del registro nacional de personas naturales. "Ese señor no es su padre", me dijo.
Acá debo conceder que a veces pierdo la dulzura de mi caracter. Tengo más de cinco décadas de vida y ya voy llegando a la edad de mi jubilación legal (si es que el neoliberalismo decadente no exige que se agreguen años a la edad de jubilación, por aquello del peligro de que vivamos más de lo que esperan las compañías de previsión social) y hasta ahora me doy cuenta que he vivido en un limbo legal. Mi padre no puede ser el que me asentó, pues solamente tiene un nombre. Mi reacción no solo fue de asombro, sino de indignación. El documento único de identidad pretende identificar al portador y no al padre del portador. El delegado gubernamental quedó frío. Me dijo que tenía que corregir el dato. Le mencioné que había un documento en el que legalmente se reconocía que a mi padre lo conocían de las formas mencionadas, indistintamente. Pero me extendió una nota en la que me conminaba a corregir el nombre de mi padre. Al hacerlo se equivocó en la firma, firmó en el lugar del solicitante del documento y me pidió que firmara en el sitio del delegado. No dejé de observárselo. "Así como se equivocó usted, se equivocó otra persona al poner los datos en mi documento, y yo no tengo responsabilidad en ello".
Hasta allí llegué ese día. Tuve que llevar el documento legal, juicio de identidad, de mi padre. Pero no era así el procedimiento que querían. Tenía que llevar corregida partida de nacimiento. Protesté. El delegado me dijo que lo corrigiera. Le comenté que necesita cobrar mi salario. A esto me respondió: "ese no es mi problema".
Fui a la Alcaldía. Allí me atendieron mejor. Pero me dijeron que no podían modificar la partida de nacimiento. La opción era hacer un juicio de identidad a través de un abogado. Ni modo.
Pero el problema de la obtención del documento único de identidad no es lo importante en este comentario. La situación es la tosudez y la insensibilidad de los burócratas que están a cargo de esta oficina (y de otras de servicio al público, pero no todas). Ya sabemos que se llega a un puesto burocrático en función de la amistad con alguien que las puede y no por méritos o porque llena algún perfil (que también es práctica común en todas nuestras empresas privadas). Eso los hace dueños de un poder momentaneo que satisface su propio ego. No están para servir, sino para hacerse sentir.
Pobres burócratas.
Con el tiempo apremiando (no había cobrado por más de un mes y necesitaba para la comida y otros gastos), fui a la empresa que emite el documento único de identidad. Tras una cola de hora y media pasé a la estación de toma de datos. Una pregunta de la digitadora me llamó la atención. La identificación de mi padre constaba de dos nombres y dos apellidos y, en la fotocopia digitalizada de mi partida de nacimiento tenía solo un nombre y dos apellidos de mi padre. Me pasaron con el delegado del registro nacional de personas naturales. "Ese señor no es su padre", me dijo.
Acá debo conceder que a veces pierdo la dulzura de mi caracter. Tengo más de cinco décadas de vida y ya voy llegando a la edad de mi jubilación legal (si es que el neoliberalismo decadente no exige que se agreguen años a la edad de jubilación, por aquello del peligro de que vivamos más de lo que esperan las compañías de previsión social) y hasta ahora me doy cuenta que he vivido en un limbo legal. Mi padre no puede ser el que me asentó, pues solamente tiene un nombre. Mi reacción no solo fue de asombro, sino de indignación. El documento único de identidad pretende identificar al portador y no al padre del portador. El delegado gubernamental quedó frío. Me dijo que tenía que corregir el dato. Le mencioné que había un documento en el que legalmente se reconocía que a mi padre lo conocían de las formas mencionadas, indistintamente. Pero me extendió una nota en la que me conminaba a corregir el nombre de mi padre. Al hacerlo se equivocó en la firma, firmó en el lugar del solicitante del documento y me pidió que firmara en el sitio del delegado. No dejé de observárselo. "Así como se equivocó usted, se equivocó otra persona al poner los datos en mi documento, y yo no tengo responsabilidad en ello".
Hasta allí llegué ese día. Tuve que llevar el documento legal, juicio de identidad, de mi padre. Pero no era así el procedimiento que querían. Tenía que llevar corregida partida de nacimiento. Protesté. El delegado me dijo que lo corrigiera. Le comenté que necesita cobrar mi salario. A esto me respondió: "ese no es mi problema".
Fui a la Alcaldía. Allí me atendieron mejor. Pero me dijeron que no podían modificar la partida de nacimiento. La opción era hacer un juicio de identidad a través de un abogado. Ni modo.
Pero el problema de la obtención del documento único de identidad no es lo importante en este comentario. La situación es la tosudez y la insensibilidad de los burócratas que están a cargo de esta oficina (y de otras de servicio al público, pero no todas). Ya sabemos que se llega a un puesto burocrático en función de la amistad con alguien que las puede y no por méritos o porque llena algún perfil (que también es práctica común en todas nuestras empresas privadas). Eso los hace dueños de un poder momentaneo que satisface su propio ego. No están para servir, sino para hacerse sentir.
Pobres burócratas.
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