miércoles, 29 de abril de 2009

Mi Gente

Me subí al autobús esperando encontrar un asiento vacío, sin ningún ocupante con quien compartirlo. Pero todos los sitios estaban ocupados, algunos con dos o con un usuario de la unidad del sistema colectivo de transporte. Ni modo, pensé, me toca ir al lado de cualquiera. Vi a una señora de unos 40 años, más o menos (a las damas no se les pregunta la edad), que iba sola, sentada junto a una de las ventanas en el medio del autobús.

Unos minutos después de sentarme y estar pensando en la crisis financiera que nos abate, y con la fiebre porcina que se nos viene encima, sentí que algo me caía en mis pies. Era una bolsa con algunas compras del supermercado. En el asiento de adelante iba un tipo de unos 60 años, un poco calvo y canoso. Pensé que se le había caído a él, pues los respaldos eran de un diseño abierto en el encuentro con el asiento mismo. Probablemente llevaba la bolsa en el asiento y ésta había resbalado. Pero le pregunté a mi compañera de asiento:

- ¿es suya esa bolsa?

Vio la bolsa,se agachó, la tomó y la acercó a sus pies. -Déjela allí, me dijo. Entendí que era su bolsa.

Unos minutos después y antes de la parada que iba a hacer el bus el individuo de adelante comenzó a mover su cabeza en todas direcciones. Volteó hacia atrás y vio la bolsa.

-¡Ah! ¡Ahí está! dijo, estirando su brazo y tomándola. Se levantó y se dirigió a la salida. En la parada se bajó.

Yo me levanté de inmediato a buscar otro asiento. Tuve miedo de que, en un descuido, desapareciera alguna pertenencia mía, de poco valor, por cierto, pero necesaria para mi diario vivir y convivir en este paisito que dice que ha optado por el cambio.

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